Érase
una vez una hermosa sirena llamada Guayra que vivía en las playas de
Telde junto a su familia y amigos. Las sirenas y los sirenos que allí
habitaban disfrutaban de las corrientes marinas y de la amplia fauna
que este océano atlántico les brindaba.
Cada
día Guayra y sus amigas paseaban por los corales que adornaban la
costa de Taliarte hasta llegar a La Garita, donde se encontraba lo
que llamaban “el gran rugido”. Se trataba de un lugar mágico
donde cada anochecer, se reunían allí todas las sirenas para
contemplar la belleza de la luna llena y entonaban sus hermosos
cánticos que se podían escuchar en toda la ciudad.
Es
por ello que pronto, en todo el territorio, se conoció el encanto,
la belleza y la juventud de este grupo de alegres sirenas. A nadie
extrañó, pues Telde sorprendía con seres así de encantados, ya
que en este lugar la magia estaba presente por todos lados.
No
obstante, alguien no recibió con buen agrado la noticia de la
presencia de estos seres dotados de tal belleza. Se trataba de Yedra,
una bruja que habitaba en San Francisco, un lugar encantado, dominio
de las brujas de Telde. Yedra era la encargada de supervisar los
ritos que se efectuaban en el lugar, en especial las ceremonias y
bailes efectuados en Baladeros.
Esta
bruja era muy avariciosa y ansiaba la belleza y juventud eterna. Y es
por ello que trazó un malvado plan:
“A la sirena Guayra he de apresar, pues su belleza y juventud me ha
de dar”.
En esa misma noche, la luna brillaba más que nunca y Yedra voló con
su escoba desde San Juan a La Garita, donde sabía que encontraría
reunida a la sirena. La apresó y la encadenó en el fondo del mar de
Melenara.
l
enterarse de su desaparición, su amado sireno, recorrió todo los
rincones marinos en busca de Guayra, a la que finalmente encontró
atada cerca del puerto de la playa de Melenara. Al intentar desatarla
pudo darse cuenta que se encontraba bajo un hechizo y que éste sólo
podía deshacerlo si se enfrentaba a la causante de dicho mal. En ese
momento la bruja Yedra, aparece y ambos comienzan una dura lucha sin
aparente final. Yedra al observar la fuerza, poder y gran resistencia
de este fuerte sireno, le propone frenar la batalla y llegar a un
acuerdo: si le entregaba su juventud y vida, dotándola así de
juventud eterna, dejaría libre a su amada sirena Guayra, pero él
sería convertido en estatua por la eternidad.
El
sireno no lo pensó y accedió, pues cualquier cosa estaba dispuesto
a hacer por salvar la vida de su hermosa amada. En ese mismo instante
las cadenas que encarcelaban a Guayra se soltaron y él, el valiente
sireno Neptuno,
fue convertido en estatua por siempre jamás. Desde entonces, la
playa de Melenara está custodiada por este valiente guardián, que
en forma de estatua nos recuerda el valor del amor.
Se
desconoce el paradero de Guayra y su familia tras lo sucedido, pero
sí podemos escuchar su llanto si nos acercamos al bufadero, el lugar
de reunión de las sirenas, durante las noches de luna llena. Y cada
vez que observes cómo escupe agua con gran furia el “gran rugido”
(el bufadero) recuerda que es Guayra quien con fuerte voz lanza a su
amado un grito de amor.
¡Por
cierto! Algunas lenguas afirman haber visto a la bruja Yedra de noche
escondida en las laberínticas calles de San Francisco, emitiendo
cánticos arrebatados, que un día fueron las sirenas, quienes los
entonaron.
Fin.
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